Luis Cruz Hernández
Mirar con la mano
La plasticidad aérea y el absurdo poético de Luis Cruz.
La plasticidad aérea y el absurdo poético de Luis Cruz son un asombroso descubrimiento de los malabares del vacío, de las líneas y los ángulos que nadie sabe, enmarcando y sosteniendo la invisibilidad. Los acróbatas de Luis, personajes de un imposible circo transgresor, nos muestran, con su armonía del movimiento constante, el florecer de la poesía y la belleza en un mundo de aristas caprichosas y oscuras profundidades. Acaban éstas por ser un aspecto secundario en la obra de Cruz, convirtiéndose en un mismo escenario pero evocando distintos caos: idénticos en el trazo de sus telarañas. Lo único verdadero, mágico, es la figura que se arquea, se equilibra y se sostiene. Su obra es un ritmo constante e imparable que asoma descaradamente a los pensamientos, a los sueños, incluso a los miedos, como ocurre con la imagen de la barca en la que cruza una mujer. Esta imagen, como otra de las barcas de Luis, que transporta en aguas de la nada a un hombre que mira al frente (resignado a su destino, mudo y ciego), son imágenes oníricas que invitan a hundirse en las cloacas de los mil y un grises del subconsciente. Los personajes de Luis Cruz se mueven en un no hacer del movimiento y un no ser del espacio. Así pues, el equilibrio de sus artistas no se ve afectado por la gravedad, el suelo, el cielo o la distancia. Es el equilibrio en su médula, sin otro espíritu que él mismo por sí mismo, por la belleza de su plasticidad. El entorno, apenas sugerido en la obra de Luis, es casi irrelevante, y son los personajes, la gracia de su equilibrio, su danza, sus viajes, visiones, ilusiones y sueños quienes protagonizan la oscura magia de su narrativa. Es la inquietud de la vida en su puro florecimiento lo que este pintor rescata y evidencia del mundo que lo rodea. La poesía de las formas sin discursos, sino a través de su propia sustancia.
En otros aspectos de la obra de Luis Cruz podemos encontrar nuevos simbolismos, aunque iguales en su lenguaje del misterio. Las caderas de la muerte niña, un hombre cabeza de calabazas que sopla un puñado de burbujas, tal vez de barro, como si la tierra pudiera volar; otro que podría ser un hombre-ombligo; alguno que juega con su perro, y el mundo detrás de él discurre tenue y lejano; un malabarista que se mantiene con una sola pierna sobre apenas un alambre, el imposible sostén; el hombre que flota en la levedad de las ramas de un árbol ante la presencia sin juicios de un pájaro, o una mujer hipnotizada por un mago ciego pero eficaz: imágenes de un limbo personal en el que todo es posible en sus infinitas imposibilidades. De esta forma la poesía de Cruz es tan evidente como enigmática, como somos todos en nuestra recóndita vida secreta de los sueños y los despertares.
Renée Nevárez Rascón
Marzo. 2015
SOBRE EL ARTISTA
Valladolid, 1950
MUSAC. León.
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